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“SOLEDAD MODERNA” LA PÉRDIDA DEL TEJIDO SOCIAL.

  • Foto del escritor: Mónica Cué
    Mónica Cué
  • 16 jul
  • 4 Min. de lectura

Por Mónica Cué



Tejido al vacío
Tejido al vacío

En tiempos de conexiones permanentes, la verdadera cercanía se vuelve un lujo escaso. Todos, sin discriminar género lo sentimos, pero mientras hay quienes buscan respuestas, otros apenas logran formular las preguntas.


Vivimos rodeados de conversaciones, notificaciones, grupos y actualizaciones constantes. Sin embargo, el dolor de la soledad no es por la falta de compañía, lo que pesa es la soledad acompañada, la falta de un vínculo con sentido. Fomentamos relaciones sin raíz, encuentros sin profundidad, presencias que no acompañan, ni sostienen.


Y aunque se viva con intensidad, pocas son las personas que se dan permiso de nombrarlo con claridad: Estamos en medio de una pérdida silenciosa del tejido social; ya no sabemos quién nos cuida, a quién tenemos ni quién teje la red que nos cacha.


"La gravedad de una sociedad sin sostén no es que se desmorone, es que se endurezca y quede carente de sensibilidad."

La actualidad nos ha vendido la independencia como fuente de la libertad, y estoy de acuerdo hasta cierto punto, pero lo que definitivamente ha logrado, es aislamiento y soledad. Construimos vidas funcionales, ocupadas, bien programadas y “productivas”, pero sin espacios genuinos de sostén común. Promovemos amistades que duran lo que dura una conversación en un chat, felicitamos por medio de un grupo de manera completamente impersonal, vemos parejas que no sobreviven a una conversación incómoda, familias que no conviven y tal vez ni siquiera se preguntan cómo están, la desconexión es tan grande que simplemente no se interesan porque no sabrían qué hacer con la respuesta.


Este desarraigo emocional no es una anécdota, es un síntoma colectivo. En conversaciones profundas, surgen frecuentemente las mismas preguntas: ¿Dónde están los vínculos que me sostienen?, ¿dónde están las personas con las que puedo ser sin tener que demostrar?, ¿estoy en el lugar correcto?, ¿si todo falla, en verdad cuento con quien creo que cuento? Es verdad que el mundo se mueve, que todo cambia, cambiamos constantemente. Cambia el entorno y la época, cambiamos de pensamiento, de gustos, cambia la salud y la imágen, cambian las relaciones y evoluciona todo a nuestro alrededor, pero no cambian los valores ni la necesidad de vincularnos con otros genuinamente. La solución no es mimetizar con la tendencia, dejarnos de mover ni regresar al pasado porque no necesariamente éste fue mejor; pero tampoco significa que no podamos crear un nuevo tipo de cercanía. Una más honesta y cruda, pero también más real.

Quizá todo empiece por dejar de exigir que los otros sean lo que nosotros necesitamos o nos ofrezcan lo que nos falta y comencemos a preguntarnos si nosotros estamos listos para ayudar a sostener lo que los otros cargan. Entonces, quizá, solo quizá, dentro de la ola del amor propio, o del YO  individualista, la empatía compartida pueda volver a ser una forma de comunidad. porque…


“El nuevo tejido social no se va a tejer solo. Tal vez empiece el día que aceptemos que todos necesitamos ser sostenidos.” 

Vivimos en una época donde el contacto abunda, pero la presencia escasea; sabemos todo de todos, pero no nos sentimos vistos por nadie. Hemos reemplazado el silencio compartido por mensajes rápidos, hemos dejado de sentir, porque no damos… ahora mandamos besos o abrazos virtuales y se ha sustituido la mirada atenta por emojis que simulan calidez y emociones. 

Todo parece estar cerca, pero en realidad lo tenemos tan lejos que casi nada toca la profundidad. Estamos viviendo una era donde el lazo se ha vuelto precario, negociable, condicionado y juzgado. Nos vinculamos desde lo que mostramos, no desde lo que somos. Y cuando el dolor aparece —porque tarde o temprano aparece— no sabemos con quién compartirlo sin sentirnos inoportunos, rotos o inadecuados. Incluso en entornos afectivos cercanos, se ha vuelto cada vez más difícil encontrar esa figura que se quede, que realmente escuche sin juicio, que no trate de arreglarnos ni de distraernos, sino que simplemente pueda estar. Presencias que sostienen ¡Eso es lo que está desapareciendo!


Y la paradoja es brutal porque mientras más autonomía construimos, más nos damos cuenta de que la autosuficiencia no es un hogar. Es un refugio temporal; y un refugio por definición, es un lugar al que uno acude mientras espera volver a su lugar de pertenencia, pero… ¿Qué pasa cuando ese lugar ya no existe?, ¿a dónde acudir si no tengo muy claro a dónde pertenezco?

Sin vínculos profundos, el alma se endurece. Nos volvemos hábiles, pero no íntimos; somos productivos, pero no presentes; tenemos muchos conocidos, pero pocas conexiones. La vida se nos llena de relaciones útiles, pero no significativas; tenemos contacto con muchos, pero pocos vínculos de valor personal.


Así es que la red se abre y nos encontramos con una nueva modalidad de soledad. El tejido social se rompe con cada conversación que evitamos, con cada vínculo que soltamos sin duelo, con cada persona que no supo cómo quedarse y a la que tampoco supimos pedirle que se quede. No se si en la vorágine del movimiento, si es una cuestión pasajera en tendencia o si en algún momento nos daremos cuenta que lejos de acercarnos nos estamos alejando, pero cualquiera que sea la postura, tenemos que percibir una problemática social presente y rescatarnos como comunidad.


¿Quién empieza a tomar medidas?, ¿cómo nos recuperamos?, ¿qué necesitamos que suceda para voltearnos a ver, para vivir presentes, vigentes y fomentar de nuevo conexiones reales?


Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué


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