LA CULPA NO ES DEL QUE DESCUBRE, ES DEL QUIEN TRAICIONA.
- Mónica Cué
- 22 jul
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Por Mónica Cué.

"La lealtad es un compromiso con uno mismo." Así que si eres tú a quien engañan, no te culpes, no te avergüences ni intentes entender o justificar lo injustificable. Quien eligió tener una doble vida, lo hace para llenar una carencia personal, así que no eres tú, es su vacío; su falta de responsabilidad afectiva y es suya la absoluta responsabilidad de los hechos y dueño de las consecuencias. No es culpa de quien lo expone, de quien lo cacha, de quien lleva la noticia a la pareja real, tampoco lo es de la circunstancia o el entorno. La culpa de romper el hogar no es más que de quien decide traicionar y no parece tener empatía ni remordimiento mientras nadie lo descubre y es hasta que se ve expuesto que se arrepiente, ofrece disculpas o sin escapatoria ni argumentos mejor culpa a otros.
En las relaciones humanas, uno de los mecanismos más perversos y repetidos es volcar la responsabilidad de la traición en quien la sufre ¡Qué manera de lavarse las manos! Se culpa a quien la descubre, a quien la comunica, o incluso a quien según “no fue suficiente”, pero la verdad es simple aunque duela: Quien elige tener una doble vida lo hace desde una carencia interna, no desde lo que tú das o dejas de dar.
“La infidelidad no es un accidente: Es una decisión.”
No es un error, es una cadena de decisiones conscientes, es una elección que se repite con cada mensaje escondido, cada mentira y cada omisión. Tampoco es por equivocación, es un acto sostenido; y por eso…
“La responsabilidad recae totalmente en quien traiciona, no en quien confía.”
Y es que no falla. Cuando se descubre la verdad, aparece el teatro del arrepentimiento y no precisamente porque haya conciencia real, sino porque hay exposición; aparece porque se cae el disfraz, no porque haya un despertar de empatía y arrepentimiento genuino. Entonces llegan las excusas, los argumentos torcidos y las culpas lanzadas como proyectiles al entorno: “Es que tú…”, “no es nada importante”, “no pasó nada”, “no era yo”, “son chismes”, “somos sólo amigos”, “fue un error”, ”es que no me entiendes”, “estábamos muy alejados tú y yo”… Y si era así, entonces por qué traicionar y actuar hasta ser vistos, o peor aún, por qué culpar al mensajero, al que supo, al que dijo o al que vió y ya no pudo callar.
Fuerte y claro: “La culpa de romper un hogar es de quien lo traiciona, no de quien lo descubre.”
Es de quien la lleva a cabo y no de quien dejó de actuar vigilante. La fidelidad no se mantiene por vigilancia, se sostiene con integridad, y cuando esa integridad falla, no es el contexto, la rutina, ni la tentación quien tiene culpa. Es la falta de responsabilidad afectiva, el ego, la adrenalina rebasada, el vacío personal no resuelto, la traición, la incongruencia, la falta de palabra y la elección por usar la salida fácil sin pensar en la consecuencia hasta ser expuesto y es entonces cuando aparece el teatro de la supuesta indignación por transgredir su “intimidad”. Me parece increíble ¿De verdad? ¡Qué cara más dura!
En tiempos donde aún se señala a quien se atreve a hablar, a quien ya no puede sostener el secreto o a quien confronta la mentira, es importante recordar que el infiel no es víctima del entorno, de las circunstancias, ni de sus deseos: Es autor de sus actos y dueño de sus consecuencias.
Así que si sufriste un engaño, no te dobles buscando explicaciones donde no las hay, ni te desgastes tratando de entender lo que no tiene sentido. La herida es profunda, sí; la dignidad queda en carne viva por un tiempo, la vida se sacude, el presente y también el futuro parecen tambalear, pero ¿La culpa? Esa no es tuya, así que no soportes la carga emocional que no te corresponde. El dolor sí que es tuyo, lo vivirás y no tendrás otra que atravesarlo, pero la vergüenza… Esa devuélvela al lugar de donde vino: A quien faltó con su palabra, a quien le falló la integridad, a quien traicionó sin titubear y te humilló sin pensar.
Aquí sí que aplica el: -No eres tú… entonces suelta la culpa y levanta la cabeza, que quien tiene que avergonzarse no eres precisamente tú y tampoco quien lo puso en evidencia. Entiendo que te encuentres en medio del dolor que viene con la decepción y sumado a la incertidumbre sientas incomodidad de estar en medio de todo el remolino de emociones cargado de habladurías: ¿Qué sigue? Es la pregunta obligada cuando de momento sientes que tu mundo se desmorona.
Después de una traición, no solo se rompe el vínculo con el otro, también se resquebraja algo más íntimo: La confianza en ti, en tu intuición, en tu criterio, en tu capacidad de amar sin perderte y en tu habilidad para seguir navegando la vida desde una nueva realidad inevitable. Te tienden a torturar los cuestionamientos: ¿Cómo no lo vi?, ¿cómo no supe leer las señales?, ¿en qué fallé?, ¿por qué nadie me lo dijo antes?, ¿quiénes lo sabían?, ¿con quién realmente cuento? Pero ¡Cuidado!, porque la herida se abre más cuando esas preguntas, son hechas desde la culpa. Así que no te equivoques porque no es por tu ingenuidad que te traicionaron, es porque confiaste. Y confiar no es un defecto, es una gran fortaleza que el otro no supo sostener.
Entonces: El que engaña, decide; quien calla, sostiene complicidad, pero quien sufre, no debe cargar con la culpa y el escrutinio, así que no te avergüences de haber confiado, que se avergüence quien rompió esa confianza. Y por último… Que te quede claro que esto no te resta valor: Tu valor no se va con quien se fue, sólo está esperando a que lo reconozcas, y volver a ti no es venganza. Es reencontrarte, es recuperación, resiliencia y valentía.
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
Nada más cierto que todo lo que describes aquí!! Amo como escribes!!👏🏻👏🏻👏🏻