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PRACTIQUEMOS LA EMPATÍA

  • Foto del escritor: Mónica Cué
    Mónica Cué
  • 27 abr 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 may 2022

¿Quién marca el parámetro de la normalidad?

Creemos que quien es diferente o no encaja en el molde que está como preestablecido como parámetro por la sociedad en la que vivimos; es raro. Pero... los raros somos los que no sabemos coexistir con las diferencias.


Las diferencias pueden ser por infinidad de motivos, discapacidades físicas, mentales, emocionales, sensoriales o simplemente tienen diferente forma de operar, de pensar, de ver la vida y de resolverla.


Aproximadamente el 15% de la población mundial vive algún tipo de necesidad especial y no siempre son evidentes a la vista, pero no por ello se les debe restar importancia.


Dejemos de juzgar las vidas ajenas y mejor dediquemos tiempo a analizar y mejorar la propia. Cada quien es distinto, cada familia, cada dinámica, cada pareja es distinta y cada acuerdo también.

Dejemos de lado las etiquetas, el deber ser, el molde en el que hay que encajar y no lo hagamos más difícil. Abracemos las diferencias y aprendamos a convivir con ellas, a no discriminarlas, juzgarlas, o etiquetarlas.

"Las personas somos diferentes y únicas con o sin una necesidad especial, pero todos, absolutamente todos necesitamos ser queridos, necesitamos estar integrados en un ámbito social, necesitamos convivir con personas semejantes y todos buscamos empatía y afinidad con nuestro entorno".

Sí que es cierto que hay un parámetro de “normalidad” dentro de los conceptos básicos de educación y normas de convivencia social que deben respetarse para vivir en armonía. Pero dicho esto, cada uno tiene derecho a marcar su propia “normalidad” y vivir así mientras no falte al respeto o dañe a nadie.

Uno podría pensar que las cosas de la rutina cotidiana en un día común son cosas triviales, sencillas para todos y se realizan sin problema, pero cuando se es diferente por diversas razones, el entendimiento social se olvida, se juzga y señala como si esa persona fuera falto de control y de capacidades; lo que no se comprende es que simplemente hay quienes operan a otro ritmo, que hacen las cosas de otra manera, que piensan con un mecanismo distinto pero no por ello son menos que nadie ni tienen menor capacidad para lograrlo. Sucede que hasta en un día común, cuando se piensa estar bajo control de una u otra situación, supone un esfuerzo mayor desempeñar lo que pudiera parecer más sencillo para otros. Las diferencias como dijimos, pueden ser por diversas causas y también aflorar de distintas formas; mental, física, social o también sensorial; donde hasta vestirse con una camisa que tenga etiquetas o caminar descalzo puede suponer un detonador para la incapacidad o un reto diario al que enfrentarse. Como sociedad somos tan poco empáticos que no lo vemos o no lo queremos ver así.

Cuando una persona actúa de la manera “correcta” dentro de un parámetro establecido como “normalidad”, cuando se hace lo que marca el protocolo, la sociedad, cuando se actúa de acuerdo con la mayoría, cuando se piensa de cierta manera y se obtienen resultados “normales” genera orgullo, pero es una satisfacción obligada; resultado de un reto cumplido fruto del esfuerzo y voluntad. Pero, cuando se tiene cerca una persona querida que es diferente o tiene limitaciones por cualquier razón; que tiene capacidades, ritmo y modo distinto de hacer, decir y convivir entonces… es cuando con cada acierto, con cada logro, con cada aprendizaje y con cada meta alcanzada se vibra y se desborda una alegría rebasada inexplicable.

Entendamos que las etiquetas, la normalidad, lo correcto, el molde en el que hay que encajar, es subjetivo y no lo determina necesariamente lo socialmente aceptado, también, es independiente de los factores culturales; muchas veces lo que para una cultura es normal, para otra no lo es y eso no significa que sea anormal, lo mismo pasa entre personas dentro del mismo círculo social.


Entonces, ¿quién marca el parámetro de la normalidad?


No se pueden controlar todos los ambientes para que las personas que viven con alguna diferencia se sientan seguros, respetados y acogidos, vivimos en sociedad y como comunidad nos corresponde crear el ambiente para que todos nos sintamos de esa manera en cualquier sitio.


Aceptemos las diferencias, seamos empáticos con los demás, entendamos que las personas que no piensan, actúan o dicen como nosotros no son “raros”. Abramos los ojos, hay que sensibilizarnos como individuos y como comunidad ante la diversidad, ante quienes tienen necesidades particulares, aunque muchas veces sean poco notorias y hagamos conciencia.


Demos ejemplo y también eduquemos a nuestros hijos bajo este criterio de inclusión, empecemos por ahí. Esto sucede tanto en niños como en adolescentes y adultos y se padece de la misma manera, aunque con la edad se tenga un poco más herramientas sobre el manejo de situaciones, pero también con la edad, se presentan más retos.


Cuántos niños se sienten solos y rechazados en las escuelas por no encajar, por no hacer lo que todos hacen, por no actuar como todos actúan, por no llegar por la línea marcada a los resultados esperados, lo cual por cierto, seguramente lo han intentado con mucho más empeño sin que se refleje ese esfuerzo en los resultados, se juzgan y etiquetan también por no tener los mismos gustos o el acercamiento social que todos tienen. Y no, no es problema de las escuelas o el sistema de educación como país (esa es otra historia), no es responsabilidad de las escuelas educar en valores y aceptación a los demás; la responsabilidad es de los padres, tenemos una educación falta de bases en civismo, empatía y entendimiento a la comunidad (eso solo se logra con el ejemplo). Tratemos de respetar y no ejercer juicios, seamos tolerantes, démosle visibilidad a la diversidad física, de pensamiento y acción. Evolucionemos como sociedad, enriquezcamos nuestra propia comunidad y hagamos permear la aceptación a los demás desde la base, desde la cuna, desde nuestro círculo más próximo.

Entendamos que la discapacidad, los trastornos, condiciones y necesidades especiales existen, existen en diferentes colores, formas y matices; pero no siempre son evidentes o perceptibles a simple vista. ¡Practiquemos la empatía! Empecemos por nosotros mismos y sin estancarnos. Veremos cómo sucede el cambio.

©Mónica Cué


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