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DIARIO DE UNA MUJER CANSADA.

  • Foto del escritor: Mónica Cué
    Mónica Cué
  • 26 ago
  • 3 Min. de lectura

Por Mónica Cué


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Querido diario: Este día me cansé de fingir que todo está bien, y eso… eso también está bien. No es cansancio físico al que me refiero, es emocional; ya no quiero fingir, quiero ser real, quiero ser sostenida y que mágicamente nada se desmorone. Cansada, pero me siento en paz y no porque la vida se haya acomodado a la perfección ni porque el mundo me hubiera dado tregua, sino por algo mucho más sencillo, algo casi imperceptible por lo menos a simple vista, pero absolutamente reconfortante porque se trata de dejar de esperar y realmente habitarme. Siento que ME tengo más que antes.


No se si a todos les pase igual, pero a las mujeres nos enseñaron a agradar y no a habitar la naturalidad de dejar de poner filtros. Nos cuesta años llegar al punto de apreciar la belleza especial que hay en mostrarse completas incluso a veces rotas; pasamos años disfrazadas de fuertes sosteniendo sonrisas que no sentimos, años de temerle al silencio que nos acompaña porque refleja lo que duele, años de cobijar, resolver, cuidar y sostener muchas veces sin reciprocidad. Nos enseñaron a guardar lágrimas, a esconder los quiebres y sobre todo a aparentar estar bien y hacer como que no pasa nada.


Un día, cansadas de tanta huida entendemos que no hay nada que demostrar, que no tenemos que ser súper mujeres, súper mamás, súper hijas, súper amigas, súper esposas ni súper productivas y eficientes. Tenemos simplemente que ser lo mejor que podamos sin reventar, entender que no somos súper por lo que hacemos y demostramos, que el alma no necesita traducción y que el dolor por más que se intente ocultar, no pide permiso para existir.


He aprendido que no existe una felicidad omnipresente, más bien hay serenidad presente que se traduce en un tranquilidad interior casi secreta, la cual se revela cuando ya no me juzgo por sentir o fallar, y cuando no me desdibujo por “cumplir el rol” y agradar. No busco felicidad con fuegos artificiales, encuentro serenidad en pequeñas implosiones que ya no necesitan testigos, aplausos ni explicación.


Así, aprendí a no esperar y que fallar no es fracaso, que decir “ ahora no” tampoco es debilidad, sino un descanso y que quitarse la máscara, es poder respirar mejor. Es simplemente decir “Aquí estoy” con lo que soy, sin defensa, escudo ni argumento porque de pronto me doy cuenta que de tanto cargar lo de todos, me olvidé de lo mío. Este día me cansé de complacer y me pregunté ¿Qué pasaría si dejara de hacerlo todo para estar bien con los demás y empezara a hacerlo por mí? Así, decidí que por lo menos por hoy, no quiero arreglar nada, sólo quiero sentir; quiero estar presente, pero no cargar con la emocionalidad de todo el entorno, quiero dejar de ser el buzón de quejas y sugerencias, quiero ser y poder decir sin juicio, apoyar sin padecer y dejar de volverme invisible por estar siempre presente. 


Y es verdad que no pasa nada, pero es que nunca pasa nada hasta que un día pasa todo y ya no puedes seguir fingiendo. Quizá no sea perfecta, en realidad nunca lo he sido, pero hoy estoy más presente, y así, en una presencia simple y humana encuentro un alivio que se parece mucho a la libertad… porque la soledad dejó de doler, simplemente me dejé de buscar en otros y me encontré en mí. 


Así que aunque quisiera poderme soltar y tener la seguridad de ser cachada en lugar de cachar todo el tiempo… Me siento en paz. He aprendido a ser y estar conmigo sin necesidad de fingir que todo va bien, ya no me escondo cuando siento que algo dentro de mí cruje; no necesito ser comprendida ni explicar hacia afuera lo que sólo el alma entiende. Me siento tranquila y agradecida por nada extraordinario, no hubo revelaciones ni milagros, tampoco flores en la puerta ni noticias especiales ¡Lo que pasó soy sólo yo! Y eso para mí, es lo realmente extraordinario.


He aprendido a apreciar los días nublados en los que puedo estar sin fingir ser sol radiante. He dejado de esconderme cuando el corazón duele, he dejado de buscar ser comprendida, porque hay estados del alma que no necesitan traducción y emociones que no se explican; sólo se sienten y se habitan, pero esa transparencia no me debilita, me da claridad para poder ver el fondo de quien ya no se juzga por fallar o sentirse humana, quien ya no espera recompensa externa ni pretende mostrarse perfecta y sonriente. Sólo real y presente.


Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué


 
 
 

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