LA TRAMPA DE VIVIR CON GARANTÍA
- Mónica Cué
- 5 ago
- 2 Min. de lectura
Por Mónica Cué

Hemos confundido estar vivos con estar garantizados.
Nos levantamos cada mañana como si el día nos perteneciera por contrato. Como si el simple hecho de abrir los ojos fuera un derecho adquirido y no un privilegio fugaz. Vivimos envueltos en la fantasía del impulso y la continuidad, como si la vida viniera con prórrogas infinitas, como si él “después” fuera un hecho que estuviera garantizado.
Es que simplemente hemos banalizado el vivir. Lo hacemos en automático, con prisa, con distracción, con una arrogancia silenciosa que asume que siempre habrá otra oportunidad, otro lunes, otro café, otro momento de decir lo que no dijimos hoy, de volver a ver a quienes queremos y otro día para hacer lo que soñamos. Y aquí el soñar se vuelve una paradoja porque apela a un futuro que no tenemos comprado; tenemos un ahora ¡Sólo eso tenemos! Y seguimos sin entender que vivir a tope en ese ahora no es exceso: Es presencia.
Basta un solo instante para que la vida nos recuerde su naturaleza inestable, para que todo lo que dábamos por hecho se torne borroso. Y entonces, solo entonces, parece que despertamos. Es hasta que lo vemos de cerca que valoramos lo que sí tenemos. Apreciamos ser como somos, vernos como nos vemos, y atesoramos el estar, más que el hacer, parecer o tener.
Cuando hacemos conciencia de la impermanencia en que vivimos es que queremos abrazar con más ganas, decir “te quiero” sin tanto filtro y poner lo realmente importante como prioridad. Entendemos de pronto que estar vivos no es un hecho: Es un milagro cotidiano, porque cada día que estamos es un préstamo sin aviso de vencimiento.
La conciencia de la impermanencia no es algo trágico y no da miedo: Da sentido. Es esa misma impermanencia lo único que en realidad nos puede devolver al presente, la única brújula que apunta a lo esencial y nos sacude al ahora, pero sólo por ahora.
Saber que esto se acaba, que todo cambia, que nada es fijo ni nos pertenece, no es un motivo para temer: Es la única razón para vivir a tope, porque mirar o presenciar la muerte es fuerte, pero no castiga, solo alerta; no viene a asustarnos, viene a recordarnos que nosotros aún estamos vivos y que seguimos teniendo este minuto.
Por eso, los que han rozado la pérdida, los que han estado al borde, los que han mirado de cerca el abismo de la finitud… saben que no hay planes que valgan ni fortuna que cuente. Éstos, los que son realmente conscientes de que todo es relativo, empiezan a caminar distinto y también a percibir el rumbo distinto. Se encuentran de pronto con los pies más puestos en la tierra, con una mirada más despierta; simplemente con una urgencia distinta que es la de honrar el aquí y el ahora ¡Y sólo eso! Porque no hay peor muerte que la de quien vive dormido en la ilusión por la permanencia del estar, tener y pertenecer; y así mismo no hay mayor lucidez que la de quien sabe que este momento es todo lo que hay antes de que las luces se apaguen sin avisar.
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
Commentaires